ESCRIBE SCARDANELLI
Prohíbe al llanto diluir la fuerza de los deseos más íntimos.
Trae contigo tijeras para cortar de raíz hasta el otoño si es preciso.
Le he ordenado a mi lengua convertirse en río para que
en sus hondas sumerjas tu cabello. Le he dicho transfórmate en
montaña para subir a ella y en esquila, con el fin de escucharla
antes de los sermones.
Si una serpiente te rodea los tobillos, no imagines el vértigo de
la caída: es mi lengua.
Cuando el banquero Gontard te dé un lienzo que se anude
a tu cuello, no creas en la liberación por asfixia: es mi lengua.
Impide la presencia de la duda. Corta esa prolongación rosada
si te oprime tambien el pensamiento.
Córtala, písala, muérdela. Arrójala sin miedo a la gavilla de
poetas callejeros.
No importa. Porque a mi voz, al no ser músculo de agradable
temperatura, no podrás silenciarla ni en la más jubilosa de
tus ensoñaciones. ¿Por qué habrías de privarme de alabanzas?
Deja a Scardanelli lo único sagrado que los dioses le dieron.
Mi lengua tiene vida propia.
Después de muerto he de seguir cantando.
Francisco Hernández. Moneda de tres caras.
Páginas
jueves, 23 de agosto de 2007
lunes, 20 de agosto de 2007
(N. del T.)
¿Cuándo soplaría el “viento divino”[1]?
[1] Lit. Kamikaze. Se refiere a las tormentas que hundieron gran parte de la escuadra mongol cuando ésta atacó la costa noroccidental de Japón en los años 1274 y 1278. Gracias a aquel “viento divino” la invasión fracasó en ambas ocasiones. Los japoneses vieron en las tormentas señales de la protección que los dioses dispensaban al Santuario de Ise. El mito del Kamikaze nunca fue olvidado por los japoneses quienes, durante la Guerra del Pacífico, lo aguardaban con la esperanza de que destruyera la flota americana. En octubre de 1944, cuando ya era evidente que la armada japonesa no podría impedir el desembarco americano en Filipinas, cinco pilotos japoneses realizaron el primer ataque suicida contra barcos de guerra americanos. Los pilotos suicidas se auto inmolaron con la mente puesta en el “viento divino” que había salvado a Japón (N. del T.)
[1] Lit. Kamikaze. Se refiere a las tormentas que hundieron gran parte de la escuadra mongol cuando ésta atacó la costa noroccidental de Japón en los años 1274 y 1278. Gracias a aquel “viento divino” la invasión fracasó en ambas ocasiones. Los japoneses vieron en las tormentas señales de la protección que los dioses dispensaban al Santuario de Ise. El mito del Kamikaze nunca fue olvidado por los japoneses quienes, durante la Guerra del Pacífico, lo aguardaban con la esperanza de que destruyera la flota americana. En octubre de 1944, cuando ya era evidente que la armada japonesa no podría impedir el desembarco americano en Filipinas, cinco pilotos japoneses realizaron el primer ataque suicida contra barcos de guerra americanos. Los pilotos suicidas se auto inmolaron con la mente puesta en el “viento divino” que había salvado a Japón (N. del T.)
jueves, 16 de agosto de 2007
edmond jabès
Contrariamente al pájaro, el libro muere con las alas desplegadas.
La palabra debe su fuerza, menos a la certeza que ella marca, al articularse, que a la carencia, al abismo, a la incertidumbre de su decir.
(–¿A partir de qué momento podemos declarar que hemos entablado un diálogo?–Quizá en el momento crucial en que el universo ya no es nada.)
Nunca seremos dueños de los horizontes.
("La diferencia entre nosotros, decía, es la siguiente: Tú crees firmemente en una verdad reconocida, mientras que la que a mí me fascina, nunca se ha preocupado por ser reconocida.")
Transparentes son los muros del tiempo.
–¿Qué es un extrajero?
–Aquel que te hace creer que estás en tu casa.
(La escritura es violencia en sus esfuerzos por transigir con el vacío. Ahí radica su desesperación.
La réplica de Caín: "¿Acaso soy el guardián de mi hermano?", podría traducirse como, "¿soy acaso la palabra de mi hermano? ¿No tengo derecho a expresarme yo también?" Abrazar la palabra del otro es, de cierta manera, renunciar a la propia. Violencia contra violencia. El verbo es generador de conflictos. Es la expresión agresiva de nuestra condición finita.)
La palabra debe su fuerza, menos a la certeza que ella marca, al articularse, que a la carencia, al abismo, a la incertidumbre de su decir.
(–¿A partir de qué momento podemos declarar que hemos entablado un diálogo?–Quizá en el momento crucial en que el universo ya no es nada.)
Nunca seremos dueños de los horizontes.
("La diferencia entre nosotros, decía, es la siguiente: Tú crees firmemente en una verdad reconocida, mientras que la que a mí me fascina, nunca se ha preocupado por ser reconocida.")
Transparentes son los muros del tiempo.
–¿Qué es un extrajero?
–Aquel que te hace creer que estás en tu casa.
(La escritura es violencia en sus esfuerzos por transigir con el vacío. Ahí radica su desesperación.
La réplica de Caín: "¿Acaso soy el guardián de mi hermano?", podría traducirse como, "¿soy acaso la palabra de mi hermano? ¿No tengo derecho a expresarme yo también?" Abrazar la palabra del otro es, de cierta manera, renunciar a la propia. Violencia contra violencia. El verbo es generador de conflictos. Es la expresión agresiva de nuestra condición finita.)
lunes, 13 de agosto de 2007
lunes, 6 de agosto de 2007
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