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martes, 11 de diciembre de 2007

paralelos. textos escritos en las últimas semanas, que de alguna manera se relacionan con algo del pensamiento de abscondito.

lo mortal


el más hombre tiene que llorar como mujer.

son las palabra de mi abuela refiriéndose al fin

del mundo. empieza su discurso hablándome

de la nieve y de alguna manera intuye el fin

de la existencia. ella nunca ha visto la nieve.

(yo tampoco, sólo el hielo) sólo la conoce por

imágenes, por referencias personales; su expe-

riencia con el frío. así ella me dice, me predica

el fin, la llegada del señor de nuestros cielos,

los siete años de paz y el transcurso entonces,

consiguiente, de la vida sin vida, una vida sin

muerte donde intuye, una vez más, a sus noventa

y cinco años, sólo hay sufrimiento y hambre.

el fin está en sus palabras. el terror y el amor

conducen sus palabras. me pide que no me pierda,

que no me hunda con los demás en la desesperanza.

yo me alejo caminando, finjo alguna otra ocupación,

pero no puedo esconderme del ánimo de sus

palabras.



lo mortal


estas palabras no son mías ni son de nadie.

por eso dejo que se vayan.

que se olviden en el viento.

ellas mismas son el viento.



lo mortal


van altas y al aire las palabras,

eligen sus caminos, se sepultan

entre ellas mismas. hoy salgo

temprano a su encuentro, como

quien va a al mercado en busca

de ciertos tonos, de cierto color.

es de mañana, las ventanas de las

casas aun están empañadas. la

gente lleva la cara blanca todavía.

yo camino en búsqueda de algo,

de algún tono, de alguna palabra

que desate el nudo de mi cuello.

lo que se quedó atorado en el centro

de mi espalda. oír que alguien más

diga la palabra bosque, alarido,

vacío, blanco, lentitud, arcángeles

vigilando mi delirio, para ver su peso,

para sentirlo caer en el cuerpo

en su dimensión ajena. con su

claridad contundente, casi inhumana.



lo mortal


que el lenguaje hable es siempre la

encomienda. paul de mann hablaba

de la prosopopeya y del luto. yo pien-

so si el canto no es dejarlo ir. y si el

luto, la herida, no es lo que se queda

en la carne. la sensación de escribir

sólo se compara con un furor melan-

cólico. el pensamiento poético de balthus,

por ejemplo, está en sus cuadros por-

que hablan de la imposibilidad de

dialogar de su lenguaje. sus colores,

las imágenes que forman, se encierran

afuera de la ventana que su marco

vislumbra. su sentido geométrico

marca su naturaleza ausente. la pintu-

ra de balthus no está ahí. ahí sólo quedó

eso. la pintura de balthus son las

hojas caídas del árbol. el vuelo ya la

ha llevado lejos. no la encontramos

ni siquiera en su cabeza, en su corazón

de animal de silencio. la pintura no está;

a través de los colores vivimos la

experiencia de su luto.



lo mortal


desde niño aprendí a caminar por los

cipreses, a no temer a los instintos

que me acompañan cuando cruzo los

parques en busca del bosque. a no hacer

caso a las luces que se ven cuando se

sube a los montes. a respetar el hambre

de los otros. su necesidad de miedo y

soledad. a encontrar en el silencio el blanco

y el vacío. que es mejor pensar en una

página. que el peor lugar para pensar

es la cabeza. que me da miedo la muerte,

igual que a mi abuela. que la profundidad

del camino está dada por la necesidad

de perderse. que hay tribulación en el

acto de perderse. que el corazón se refugia

en frascos con formol. aprendí a correr

por encima de las bardas, a sepultarme

en los vuelcos de los autos, a nublar mi

vista ante la mirada de mis espejos, para

ir perdiendo el miedo de cuando tenga

que hundirme en los claros de los lagos.



lo mortal


con entusiasmo escribo estos versos.

procuro dejar a un lado los adornos,

pero no le temo a las palabras. me pa-

rece importante su forma conductora,

su forma invisible que taladra en la im-

aginación que se niega en occidente.

el edificio que se cimbra es el de la na-

da, diderot. que pesa por su ánimo de

gravedad y de alma. no son las iglesias

ni los gallos píos. es otro el ánimo,

la necesidad de fuga, de va-

cío inminente, de águilas devoradoras

de intestinos, permanentes, constantes,

que detienen lo que es o lo que sea, lo

que será, para que el blanco de la pági-

na permanezca, y en ocasiones, cuando

así sea posible, se pueda recibir a la poesía,

que no viene siempre que se le llama.



lo mortal (paráfrasis)


yo ya me voy a morir a los desiertos,

me voy del ejido. es la estrella marinera.

me dan ganas de llorar. no reconozco

a mi tierra, y nomás de pensar que dejé

un amor pendiente. yo no me consuelo

con los cigarros o con el aguardiente.

no sé por qué. en las mañanas, alzo el

rostro y miro de frente, lo saco de su no-

che y lo obligo a mantenerse alto, a re-

conocer el mundo. dejo que mi cuerpo

se vaya a caminar por las calles y que

a momentos se detenga en cualquier lu-

gar. mi carne se va convirtiendo en el pol-

vo que le alza las faldas a las mujeres

y entro en sus sexos a humedecer mi boca.

toda el agua, estrella marinera, se me aca-

ba en servir los vasos de aguardiente.

me acuerdo de mi voz a media calle y

canto para mí. pero ya no me consuela.

yo ya me voy, estrella marinera, qué ga-

nas de llorar.



lo mortal


vengo desde la muerte de un poema.

acabo de sepultarlo en una página.

quedará por siempre detenido. fijo

en las palabras que usó para sí mismo.

lobos de cobre aúllan en los filos de

las escalinatas. pero no por él. sólo

comparten el sentimiento, el luto,

pero el suyo es por sus propias voces

que dejan escapar en las fotografías.

los árboles observan el caer sin parar

de sus hojas. los viejos cuentan los

cabellos en sus almohadas. el silencio

no sabe nada de eso.


lo mortal


no puedo negar que no vamos a ninguna

parte. es esta suerte de arte que se eleva

y se encumbra en el pico de las águilas

del arte. las noches abiertas a la oscuridad

que no ofrecen ni conceden ningún tipo

de consuelo. madre arte estéril nos sostiene

en un aparato llano de caricias. el llanto

de los que buscan un arcángel no ha de

cesar aquí. que no exculpe nadie aquí

sus culpas. nadie ha de perdonar los in-

somnios ni las necesidades de nieve.

aquí nada se sostiene, más allá del alma

de las palabras, que el pensamiento de

nadie. los monólogos austeros de los muertos.



lo mortal


no morirá nadie a causa de este poema,

nadie sufrirá tampoco. el tiempo puede

pasar y será olvidado, como en cada mo-

mento. no sobrevivirá, es posible, ni siquie-

ra a este invierno. a este viento frío que

estremece a la carne. será más importante

comer bien para sentirse con fuerza en

las mañanas, salir temprano a la ciudad

para no ver a nadie en los caminos. mas

escribirlo es lo que es importante para mí.

este poema trata de eso, de su escritura.

del tiempo que tarda en ser escrito, de

su tiempo en mi vida. de su forma, pre

sagio del trotar en vilo del caballo.



lo mortal


el jinete cabalga hacia la muerte,

va rápido, hunde sus espuelas en

los flancos del animal que monta.

ambos tiemblan cuando escuhan

el crinar de alguno de los dos. su

camino se abre sin paraje alguno.

nada hay, nada espera. sólo el can-

sancio prometido en las faldas de

la muerte. el secarse continuo de

la espalda. el temblar de las piernas

ya vacías de líquido de vida. el bai-

le de la muerte encima del jinete es

el único camino. el rostro de la

muerte no es enjuto ni enlutado.

es de hambre, es lo único que en

su cara se distingue. el rostro del

jinete se alimenta de otra hambre.

ninguna de las dos se sacia porque

ninguna de las dos subsiste. el ani-

mal descansa de su camino ensimis

mado. gime. respira profundo,

siente sus ojeras y la resequedad

en su boca. el camino no tiene

final. el final de su búsqueda está

en otro lado. la muerte y su sueño

formal no está en nosotros.



jorge antonio pérez escamilla

abscondito, pieza presentada por héctor y gabrielle. teatro carlos lazo, diciembre 2007